Agustín Solís Blanco | 6 de agosto de 2020
Fui el segundo residente de cardiología del sistema de posgrado en Costa Rica. Eran otros tiempos, la población del país era de dos millones, la institución emblemática de la seguridad social: nuestra querida Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) avanzaba, pero faltaba camino para alcanzar el nivel institucional y de cobertura del siglo 21, tampoco el desarrollo de la medicina puede compararse a lo que vivimos actualmente. La época a la que me refiero es el final de los setenta, en la cual se graduaba uno por generación.
En enero de 1976 inicié mi etapa de residente para especializarme en Medicina Interna en el Hospital Calderón Guardia (HCG). En ese tiempo era solamente posible especializarse en el país en las ramas básicas de la medicina: Medicina Interna, Cirugía, Ginecología, Pediatría, Radiología y otras, pero en ramas como Neurología, Cardiología etc. solo podía hacerse en el extranjero y eso requería otras posibilidades. El país necesitaba más especialistas de los que se formaban afuera; sin embargo, existían dudas de que hubiera capacidad académica y técnica para hacerlo en el marco de nuestras instituciones; además, hay que decirlo, había colegas que tenían temor de que, si se abría la formación de especialistas en el país, se produciría mayor competencia, especialmente, para los que estaban en la medicina privada.
Es en esta disyuntiva aparece un grupo de líderes médicos que pensaron más en las necesidades del país y la CCSS y sin mezquindad, ni egoísmo apostaron en la capacidad instalada y en la calidad de los profesores nacionales y se dieron a la tarea de organizar e implementar un sistema de posgrado.
En lo que respecta al desarrollo que fue adquiriendo la especialidad: la Cardiología, debo rendir reconocimiento a una figura señera, altruista, óptima formación académica, proba y con una ética intachable como lo es el Dr. Róger Vanegas Barrios.
Con no poca oposición, escepticismo de muchos e incluso choteo no fue suficiente para amilanar el talante de estadista, fue él quien inició la ingente tarea de dar forma a este proyecto; obtuvo apoyo de las altas autoridades de la CCSS y de la Universidad de Costa Rica y logró reclutar a un grupo de especialistas que demostraron, sobre la marcha, ser extraordinarios docentes. Mencionaré solo algunos, a sabiendas que cometo injusticia y me disculpo de antemano, pero son algunos ejemplos:
Doctores Brenes Pereira, Suárez Loaiza, Vinocour Granados, Brilla Salazar, Alfaro Monge, Rodríguez Espinoza, Aguilar Peralta (los dos), Castro Bermúdez, Tristán Castro, Fallas Madrigal, Quirós Guier, Cruz Gutiérrez, etc.; otros profesionales de distintas especialidades como Vargas Segura (radiólogo) que tuvo a cargo un excelente curso de Radiología Cardiovascular y, especialmente, un curso de Radiología de las cardiopatías congénitas que utilizábamos muchísimo en el diagnóstico; también tuvimos varios profesores muy calificados en patología, cuidados intensivos, etc.
Todos enseñaron con vocación, con entusiasmo y no solo trasmitieron conocimiento de la ciencia de la cardiología, sino también principios de la seguridad social, valores de la ética profesional y buenas maneras para atender los pacientes y mucho más.
Las carencias y limitaciones de equipo e infraestructura eran muchas, pero las superábamos hipertrofiando el estudio en la lectura, la Propedéutica y la Semiología, la Electrocardiografía, la Radiología, etc.; recuerdo que en HCG no había máquinas de prueba de esfuerzos ni Eco ni Holter ni MAPA, tampoco contábamos con UCI, ni Unidad coronaria. La técnica de los estudios de Hemodinamia, que era solo diagnóstica, se encontraba únicamente en los hospitales México, Hospital San Juan de Dios (HSJD) y Hospital Nacional de Niños (HNN). No había ecos en el país; el primero llegó al HNN en el año 1979, donado por el Instituto Nacional de Seguros y gestionado por el Dr. Tristán; era un equipo solo modo M y sin doppler. Los marcapasos eran unicamerales y asincrónicos no programables por telemetría e incluso los reutilizábamos, cuando el paciente fallecía y tenían carga en la batería (los refritos que llamábamos); solo se ponían en el HSJD y México.
Eso sí, en los hospitales SJD y México había equipos de Fonomecanocardiografía que eran sumamente útiles para el diagnóstico de muchas enfermedades cardiacas y nosotros los aprovechábamos para afinar nuestras capacidades en semiología. Estos equipos permitían el registro de los ruidos cardiacos y su estudio, soplos cardiacos y su exacta relación con el ciclo cardiaco, desdoblamientos, chasquidos, frote pericárdicos etc.; así como el estudio de la contracción de los ventrículos y se deducía su hipertrofia o dilatación, estudiando por separado el ventrículo izquierdo, ventrículo derecho, punta del corazón, y se determina la diferencia entre una contracción sostenida o hiperdinámica o si había restricción diastólica etc. También, se estudiaban los pulsos venosos o arteriales y su relación con el ciclo cardiaco y su morfología y amplitud. Un ejemplo bonito es que se establecía como parámetro de severidad de la estenosis mitral el tiempo entre el segundo ruido y el chasquido de apertura porque es inversamente proporcional a la severidad de la estenosis. Los equipos tenían sensores independientes para ruidos y soplos, para pulsos arteriales y venosos y para estudiar la contracción y la diástole de los ventrículos que se estudiaban en sincronía con el electrocardiograma.
Cuando roté por el HNN, descubrí una parte de la cardiología que me encandiló y me gustó tanto que dediqué horas de estudio y mi mejor esfuerzo: fue el campo de las Cardiopatías Congénitas, y cuando ya estaba por terminar la rotación pediátrica, me llamó la secretaria a la Dirección y me dio una cita para tal día y a tal hora (eran muy formales). Acudí asustado y al entrar en la oficina del director me encontré a los doctores Edgar Moss, Álvaro Aguilar Peralta y Abdón Castro Bermúdez, jefes de Cardiología y creo que también al jefe del Departamento de Medicina Interna. Con susto de colegial y palidez en el rostro me senté donde me indicaron y escuché lo que me decían; era nada más y nada menos que para ofrecerme una beca para hacer Cardiología Pediátrica en una prestigiosa universidad de Canadá; sentí gran orgullo y satisfacción y corroboré que el trabajo y el estudio arduo dan buenos réditos. El problema fue que setecientos dólares mensuales no daban para mantener una familia de un joven cardiólogo con esposa y tres hijos. No me arrepiento de haber perdido la oportunidad porque logré desarrollar una muy linda carrera que me dio y me da muchísimas satisfacciones.
Cuando llegué como único cardiólogo al Hospital Max Peralta, solo contaba con un electrocardiógrafo (de un solo canal y con aguja térmica y papel termo sensible) y el estetoscopio. Teníamos eso sí, mucho apoyo de los hospitales centrales a los que referíamos los pacientes para los estudios ergométricos, hemodinámicos etc. En el país no se hacían estudios de electrofisiología.
En el hospital de Cartago tuvimos el primer ergómetro mucho tiempo después y un eco todavía más tarde.
Una anécdota digna de contar, porque refleja el pensamiento de la época, es que una vez le pedí al Dr. Guido Miranda, gerente médico (no había presidencia ejecutiva) un ergómetro, me dijo: “(…) que esos eran juguetes caros de los cardiólogos;(…) juéguesela con la clínica que es la madre de la medicina”.
Estas cosas las cuento con mucha nostalgia, un poco de orgullo, pero al mismo tiempo con envidia de las condiciones en tecnología con que, actualmente, contamos para el aprendizaje de la cardiología y para el estudio de los pacientes.
Vale la pena recordar que no teníamos Internet, ni teléfonos celulares ni computadoras personales. Cuando miro el pasado con ojos de ahora, me parece que “todo fue a pie”.
Después de estas reflexiones, quisiera decirles a quienes están en la residencia de cardiología que sientan orgullo de tener las enormes posibilidades que hoy les ofrece la modernidad y que todos sus saberes y tecnologías la apliquen con buen criterio ético y fundamentalmente para el bienestar del paciente y la institución que es orgullo para los costarricenses.